La relación de la humanidad con el vino data de tiempos
inmemorables. Esta bebida, partícipe en la cultura de todos los
continentes, posee un sitial de honor que comenzó a forjarse con los
primeros pasos del hombre civilizado.
↳ El vino y la mitología. Cuando los dioses se fueron de copas
El vino en sí mismo, existe desde antes que el hombre. De hecho,
previamente a que el ser humano habitara la tierra, existían las plantas
de vid. Si las condiciones se daban, sus frutos maduros podían llegar a
caer al suelo y formar “charcos” de mosto, que bajo las circunstancias
adecuadas, comenzaban un proceso de fermentación, resultando en un
líquido alcohólico. O sea, vino. Las evidencias arqueológicas y
científicas así lo aseguran.
Se estima que los primeros vinos del mundo, con el hombre ya
presente, se obtuvieron por casualidad, al almacenarse las uvas luego de
la cosecha y, producto de la elevación de las temperaturas en
primavera, verse casualmente sometidas a una fermentación. Lógicamente,
cuando los eventuales descubridores de este “nuevo” líquido probaron sus
sabores, comenzó su camino imparable a transformarse en, tal vez, la
bebida predilecta de la humanidad.
Un ejemplo de esto, es la famosa y vieja leyenda persa que cuenta
que en el año 4.000 antes de Cristo, un ave que surcaba el cielo dejó
caer unas semillas a los pies del rey y semi-dios Djemchid. Al tiempo,
de esas semillas comenzaron a crecer unas plantas que dieron abundantes
frutos (uvas), los cuales fueron recolectados y guardados en el depósito
real. Estando allí adentro, las uvas desataron su fermentación natural,
despidiendo el dióxido de carbono producido por la misma y llenando el
depósito con su característico aroma.
Cuando la esposa favorita del rey, como consecuencia de sus celos
hacia otra mujer, buscó veneno para suicidarse, llegó hasta el lugar
donde fermentaba el oscuro jugo de las uvas. Pensando que era una
poción, la bebió con la intención de matarse. Momentos después, fue
hallada danzando y cantando alegremente, por supuesto, bajo los efectos
de lo que había tomado. El rey llamó a esa bebida con el nombre de Darou
é Shah, que significa "el remedio del Rey". De la deformación de esa
palabra deriva el nombre de Shiraz, o Syrah, cepaje proveniente de la
antigua región de Persia. Decían los persas, que allí nació el vino.
Pero se poseen evidencias arqueológicas que demuestran que el
vino realizado por manos humanas es inclusive mucho más antiguo que la
leyenda persa: acorde a las pruebas de carbono 14 y sedimentos de ácido
tartárico (característico y principal del vino), se establecen los
primeros registros en una fecha cercana a los 8.000 años antes de
Cristo, en la cuna de la vitivinicultura, situada en lo que hoy es
Armenia, Georgia, Irán, Irak, Turquía y zonas aledañas.
La palabra vino deriva del latín “vinum”, que tuvo su raíz en un
antiguo término de un dialecto utilizado en la zona del Cáucaso y
Armenia que era “voino”, siendo su definición “bebida intoxicante hecha
de uvas”. De allí fue mutando en “oinos” (griego), “woinos” (zona del
Egeo), “gvino” (georgiano), “wain” (albisino), hasta llegar a “vinum”, y
de allí derivar en la palabra de las lenguas actuales que lo designan.
A medida que el vino se fue propagando de lugar en lugar gracias a
las primeras tribus nómades, los diversos pueblos fueron adoptando esta
bebida para ritos religiosos y mitológicos. Y fueron indudablemente las
religiones unas de las principales responsables de la expansión mundial
del vino, ya que lo contaban como indispensable para sus celebraciones,
inclusive desde aquellos tempranos tiempos.
Fue así que durante los siguientes miles de años el vino llegó a
África, Asia del este, Europa, Oceanía y finalmente a América. La
historia egipcia también coloca al vino en un lugar muy importante,
puesto que los distintos faraones le daban mucha relevancia, al punto
que poseían una “pareja” de dioses que los ayudaban en la
vitivinicultura: Osiris dentro de las bodegas, e Isis (diosa de la
agricultura) en los viñedos.
Las principales culturas que dieron nacimiento a la humanidad
actual contaban al vino entre sus bienes más preciados, tanto religiosa
como económicamente. Y como ejemplos podríamos nombrar a los fenicios,
hebreos, griegos, romanos, egipcios, babilónicos, etruscos y chinos. A
medida que la fama y la popularidad del vino fueron aumentando, dejó de
ser un elixir exclusivo de reyes, faraones y ritos religiosos, para
transformarse en la bebida más expandida y cultural del planeta.
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